martes, 10 de julio de 2012

Montaje decadente dijo:


Tiempo Argentino dijo:

18.06.2012 | todo verde


Otro monumento teatral a la fuerza de lo simple

Una de las últimas obras de teatro que escribió Santiago Loza se presenta en la Sala Elefante Club, con la dirección de Pablo Seijo y la actuación de María Inés Sancerini. Un unipersonal centrado en una repostera solitaria.

 

Se puede crear un universo entero a través de la palabra, una actuación comprometida y una silla verde, ubicada al costado de un espacio despojado. Al menos esa es la fórmula que Santiago Loza maneja desde hace tiempo en sus obras de teatro y no sólo sale victorioso, sino que logra en el público el silencio y la concentración que sólo pueden producir el pensamiento y la emoción, cuando se encuentran en un hecho artístico.
Todo verde, una de las últimas obras de teatro que escribió, con la dirección de Pablo Seijo y la actuación de María Inés Sancerini, es otro monumento teatral a la fuerza de lo simple. Como ya lo hizo con la inolvidable pieza Nada del amor me produce envidia, Loza vuelve al género del unipersonal, para contar perfiles de mujeres de oficios –en la anterior era una costurera, en esta última es una repostera– que están solas, desconectadas del mundo social y exterior y sumamente reprimidas. 
En la historia, Loza plantea la vida de una repostera de pueblo que apenas sale de casa, no tiene amigos y mucho menos un amor, hasta que conoce a una forastera, Susana –“la Susana” pasará a ser durante todo el relato– que se le presenta como una profesora de inglés, pero en realidad le ocultará su verdadero oficio y se convertirá en la mujer de su vida. Tanto desde el texto, los recursos técnicos (escenografía e iluminación) como desde la interpretación, el personaje está ubicado en una situación de exposición. Como si se estuviera confesando (¿Ante Dios? ¿Sus vecinos? ¿La policía?), esta repostera comenzará a hablar de sus creencias, su estilo de vida y cómo comenzó a cambiar todo, desde que Susana llegó a su pueblo. De a poco, algunas frases comenzarán a anticipar un posible desencadenante sobre los acontecimientos que cambian para siempre a esta mujer y el público podrá entender en dónde se encuentra ella realmente, dado que –insistimos– el espacio escénico sólo consta de una silla y una actriz.
El trabajo de Loza sobre el lenguaje es poético: no sólo por la utilización de metáforas contundentes, repletas de imágenes (como un sillón que absorbe la sangre como una esponja), sino por su habilidad para caracterizar a estos personajes de pueblo, simples e inocentes. “No tenía amigos. No sabía qué era eso, hasta que llegó la Claudia. Por seguirle la corriente, empecé a cocinar scones”, son algunas de las frases que retratan el perfil de esta repostera querible, pero que a diferencia de la costurera de Nada del amor..., aquí la mujer se va tornando más oscura y patológica, hasta llegar a un desenlace trágico.  
Pero la sutileza no sólo se limita al lenguaje: la interpretación de María Inés Sancerini va ganando potencia a medida que la historia se vuelve más dramática. Todo su trabajo se podría concentrar en una mirada poderosa, fija, a punto de explotar, pero que nunca lo hace porque, como dice ella, tiene que llegar hasta el final. Es muy interesante detectar la forma en que Sancerini rompe con la cuarta pared: lo que comienza con unas tenues miradas al público, finaliza con un contundente alegato al público, al que menciona como “ustedes” y hasta le da una función concreta en el desenlace de su historia. 
Por último, si faltaba más contundencia aún en esta historia simple y de escasos recursos, hay que destacar el poder narrativo que tiene el diseño de luces de Matías Sendon: con una focalización externa, la luz que al principio la expone –en una situación de interrogatorio– comienza a apagarse, de la misma manera que nuestra repostera aniquila su vida para siempre.  <

La ficha
TODO VERDE
Texto: Santiago Loza. 
Intérprete: Maria Ines Sancerni. 
Dirección: Pablo Seijo.
Funciones: jueves, a las 21. 
Sala: Elefante Club de Teatro, Guardia Vieja 4257.
Duración: 60 minutos.

Crítica Teatral dijo:

Todo verde
Toda una vida…
Obra con dramaturgia de Santiago Loza y dirección de Pablo Seijo









Para decirlo con (sabia) letra de bolero, Todo verde es la historia de un amor que le hace comprender a una apocada repostera de pueblo, quizás en los años ’50, todo el bien y todo el mal. Todo verde es también una obra teatral para un solo personaje en escena, con otros dos personajes relativamente secundarios fuera de campo: una forastera que viene a trastocar la rutina provinciana y un loro malhablado.

Un texto de Santiago Loza que tiene algún punto de contacto con otros de su autoría –Nada del amor me produce envidia, He nacido para verte sonreír-, pero asimismo netas diferencias. Es cierto que Loza sigue demostrando un particular interés y una sutil sensibilidad hacia personajes femeninos que en primera instancia podrían ser tenidos por comunes y corrientes, de corto alcance, anodinos y frustrados. Sin embargo, este  dramaturgo logra traspasar esa máscara exterior y les la da oportunidad de descorcharse, de que todo un mundo interior refrenado, negado, acopiado en alguna zona del inconciente comience a fluir a borbotones, a brotar porque alguna situación límite, intolerable rompe las compuertas. Y no es de sorprender que ese brote lleve a la pérdida de todo ese control que parecía signar esas pequeñas vidas deslucidas que así develan toda su complejidad.

La protagonista de Todo verde es repostera solo por herencia familiar, reconoce que su abuela y su madre eran las que tenían mano para la cocina, un talento del que ella carece. Igualmente, sigue haciendo tortas de 15, tortas de Primera Comunión, tortas de tres pisos para chicas presumidas, mocosas que se dan aires… Un trabajo artesanal y solitario, pautado por la temperatura del horno, la espera de que el bizcochuelo levante, la confección de baños y adornos…

El letargo de la repostera soltera y pacata batiendo merengue y cumpliendo minuciosamente otros pasos de las recetas podría haberse extendido indefinidamente día tras día, año tras año, si no hubiese irrumpido en el pueblo, en su barrio, enfrente mismo de su ventana a la calle, la Claudia, caminando muy derecha, prendiendo un pucho. En uno de los tantos hallazgos del texto que Pablo Seijo trató como una partitura al llevarlo a escena con la inestimable participación de María Inés Sancerni, Santiago Loza plasma sucintamente el momento del flechazo (“no sé si es el horno, pero tengo calor, me quemo, abro la ventana y la saludo…”, recuerda la repostera trayendo al presente ese pasado donde tuvo su epifanía). Aunque ella aun no lo pueda reconocer, se ha enamorado de esa extraña sexy, desenvuelta, un toque cínica que le ha de empezar a descorrer el telón de otros universos por conocer. Y que hasta la acostumbra al té de las cinco con scons, anticipando un improbable viaje a Londres. Porque la tal Claudia ha puesto un cartel en su puerta: “Inglés Particular”. Pura fachada que para recibir clientela masculina que llega en coche de otros pueblos ( y también  para engatusar a “algunas chirusas de la secundaria” que aspiran a ser secretarias en la ciudad). La repostera da cuenta de las pistas pero se resiste a asumir el verdadero oficio de la Claudia. ¿Ingenuidad? ¿Necesidad de idealizarla? ¿Deseos no admitidos de no compartir a su única amiga? El texto, la dirección, la actuación en perfecta comunión se reservan ese espacio de misterio en esta historia de vida entre dos regalos hechos por la chica fogueada de ciudad a la chica inexperta de pueblo (“simple, modesta, sencilla”, según dice de ella misma): un loro puteador (cuando se lo trae con la jaula tapada, la pastelera se pregunta si será un hombre diminuto) y un cuadrito donde la Claudia pintó una casa con la puerta abierta que deja ver la oscuridad interior y al lado, un árbol naranja. Transcurre un año entre uno y otro regalo. Un año durante el cual la repostera se va despabilando merced a la influencia de Claudia, y su sensualidad aflora a través de pequeños, sugestivos detalles (en verano, las persianas bajas, se mueve por su casa a oscuras, en solera, sin nada debajo: “hace la diferencia”).  Hasta que un día, después de una noche en que la supuesta profesora se queda con un alumno, los celos impactan dolorosamente en la repostera: “Sentí un puntazo acá”.

Si algo caracteriza al texto de Loza en su poder de sugerir, de sublimar sin caer nunca en la facilidad explícita: el juego de arrojarse uvas de mazapán entre risas puede dar la medida del erotismo latente entre las dos mujeres, y la manera de socorrer a una Claudia golpeada limpiando delicadamente sus heridas se convierte en una intensa escena de amor unilateral (amén de dejar planteado el tema de la violencia de género en una obra que alude a ciertas formas de sometimiento de la mujer, a la doble moral social).

 El director Pablo Seijo (también brillante actor, pero no aquí) ha declarado que trató de que su trabajo se volviera invisible, actitud que requiere grandes dosis de perspicacia y destreza (aparte de un sorprendente dominio del ego) y que ha rendido óptimos frutos: el fluir de la conciencia de la repostera está ritmado con la exacta cadencia, en ese espacio que se vuelve casi metafísico, inteligentemente despojado por Mónica Raiola, con la complicidad de las luces de Matías Sendon y la puntuación de los chillidos de ese loro infernal (diseño de sonido de Federico Zypce). Sin duda alguna,  este espectáculo se completa y enaltece con la actuación prodigiosa de María Inés Sancerni, una actriz capaz de trazar la síntesis de toda una vida sentadita en una silla, dando la medida de  la vulnerabilidad humana sin hacer el menor intento de seducir al público al que se dirige directamente, que no somos nosotros, meros espectadores de unas tocantes confesiones sin destino. Así de noble es la calidad de su presencia, de su contenida gestualidad, de las modulaciones de su bien entrenada voz.


Moira Soto

ELENCO:
María Inés Sancerni



FICHA TÉCNICA:
Vestuario y ambientación: Mónica Raiola
Diseño de luces: Matías Sendon

Diseño sonoro: Federico Zypce
Fotografía: Sebastián Holz
Diseño gráfico: Lisandro Rodríguez
Prensa: María Sureda
Asistencia de dirección: Vanina Markov
Dirección: Pablo Seijo

Elefante Club de Teatro – Guardia Vieja 4257 – CABA- Tel: 4861 – 2136
Jueves 21hs