martes, 10 de julio de 2012

Crítica Teatral dijo:

Todo verde
Toda una vida…
Obra con dramaturgia de Santiago Loza y dirección de Pablo Seijo









Para decirlo con (sabia) letra de bolero, Todo verde es la historia de un amor que le hace comprender a una apocada repostera de pueblo, quizás en los años ’50, todo el bien y todo el mal. Todo verde es también una obra teatral para un solo personaje en escena, con otros dos personajes relativamente secundarios fuera de campo: una forastera que viene a trastocar la rutina provinciana y un loro malhablado.

Un texto de Santiago Loza que tiene algún punto de contacto con otros de su autoría –Nada del amor me produce envidia, He nacido para verte sonreír-, pero asimismo netas diferencias. Es cierto que Loza sigue demostrando un particular interés y una sutil sensibilidad hacia personajes femeninos que en primera instancia podrían ser tenidos por comunes y corrientes, de corto alcance, anodinos y frustrados. Sin embargo, este  dramaturgo logra traspasar esa máscara exterior y les la da oportunidad de descorcharse, de que todo un mundo interior refrenado, negado, acopiado en alguna zona del inconciente comience a fluir a borbotones, a brotar porque alguna situación límite, intolerable rompe las compuertas. Y no es de sorprender que ese brote lleve a la pérdida de todo ese control que parecía signar esas pequeñas vidas deslucidas que así develan toda su complejidad.

La protagonista de Todo verde es repostera solo por herencia familiar, reconoce que su abuela y su madre eran las que tenían mano para la cocina, un talento del que ella carece. Igualmente, sigue haciendo tortas de 15, tortas de Primera Comunión, tortas de tres pisos para chicas presumidas, mocosas que se dan aires… Un trabajo artesanal y solitario, pautado por la temperatura del horno, la espera de que el bizcochuelo levante, la confección de baños y adornos…

El letargo de la repostera soltera y pacata batiendo merengue y cumpliendo minuciosamente otros pasos de las recetas podría haberse extendido indefinidamente día tras día, año tras año, si no hubiese irrumpido en el pueblo, en su barrio, enfrente mismo de su ventana a la calle, la Claudia, caminando muy derecha, prendiendo un pucho. En uno de los tantos hallazgos del texto que Pablo Seijo trató como una partitura al llevarlo a escena con la inestimable participación de María Inés Sancerni, Santiago Loza plasma sucintamente el momento del flechazo (“no sé si es el horno, pero tengo calor, me quemo, abro la ventana y la saludo…”, recuerda la repostera trayendo al presente ese pasado donde tuvo su epifanía). Aunque ella aun no lo pueda reconocer, se ha enamorado de esa extraña sexy, desenvuelta, un toque cínica que le ha de empezar a descorrer el telón de otros universos por conocer. Y que hasta la acostumbra al té de las cinco con scons, anticipando un improbable viaje a Londres. Porque la tal Claudia ha puesto un cartel en su puerta: “Inglés Particular”. Pura fachada que para recibir clientela masculina que llega en coche de otros pueblos ( y también  para engatusar a “algunas chirusas de la secundaria” que aspiran a ser secretarias en la ciudad). La repostera da cuenta de las pistas pero se resiste a asumir el verdadero oficio de la Claudia. ¿Ingenuidad? ¿Necesidad de idealizarla? ¿Deseos no admitidos de no compartir a su única amiga? El texto, la dirección, la actuación en perfecta comunión se reservan ese espacio de misterio en esta historia de vida entre dos regalos hechos por la chica fogueada de ciudad a la chica inexperta de pueblo (“simple, modesta, sencilla”, según dice de ella misma): un loro puteador (cuando se lo trae con la jaula tapada, la pastelera se pregunta si será un hombre diminuto) y un cuadrito donde la Claudia pintó una casa con la puerta abierta que deja ver la oscuridad interior y al lado, un árbol naranja. Transcurre un año entre uno y otro regalo. Un año durante el cual la repostera se va despabilando merced a la influencia de Claudia, y su sensualidad aflora a través de pequeños, sugestivos detalles (en verano, las persianas bajas, se mueve por su casa a oscuras, en solera, sin nada debajo: “hace la diferencia”).  Hasta que un día, después de una noche en que la supuesta profesora se queda con un alumno, los celos impactan dolorosamente en la repostera: “Sentí un puntazo acá”.

Si algo caracteriza al texto de Loza en su poder de sugerir, de sublimar sin caer nunca en la facilidad explícita: el juego de arrojarse uvas de mazapán entre risas puede dar la medida del erotismo latente entre las dos mujeres, y la manera de socorrer a una Claudia golpeada limpiando delicadamente sus heridas se convierte en una intensa escena de amor unilateral (amén de dejar planteado el tema de la violencia de género en una obra que alude a ciertas formas de sometimiento de la mujer, a la doble moral social).

 El director Pablo Seijo (también brillante actor, pero no aquí) ha declarado que trató de que su trabajo se volviera invisible, actitud que requiere grandes dosis de perspicacia y destreza (aparte de un sorprendente dominio del ego) y que ha rendido óptimos frutos: el fluir de la conciencia de la repostera está ritmado con la exacta cadencia, en ese espacio que se vuelve casi metafísico, inteligentemente despojado por Mónica Raiola, con la complicidad de las luces de Matías Sendon y la puntuación de los chillidos de ese loro infernal (diseño de sonido de Federico Zypce). Sin duda alguna,  este espectáculo se completa y enaltece con la actuación prodigiosa de María Inés Sancerni, una actriz capaz de trazar la síntesis de toda una vida sentadita en una silla, dando la medida de  la vulnerabilidad humana sin hacer el menor intento de seducir al público al que se dirige directamente, que no somos nosotros, meros espectadores de unas tocantes confesiones sin destino. Así de noble es la calidad de su presencia, de su contenida gestualidad, de las modulaciones de su bien entrenada voz.


Moira Soto

ELENCO:
María Inés Sancerni



FICHA TÉCNICA:
Vestuario y ambientación: Mónica Raiola
Diseño de luces: Matías Sendon

Diseño sonoro: Federico Zypce
Fotografía: Sebastián Holz
Diseño gráfico: Lisandro Rodríguez
Prensa: María Sureda
Asistencia de dirección: Vanina Markov
Dirección: Pablo Seijo

Elefante Club de Teatro – Guardia Vieja 4257 – CABA- Tel: 4861 – 2136
Jueves 21hs

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